En estos tiempos de agonía financiera e incipientes movimientos sociales, cabe preguntarse por qué ha irrumpido tan repentinamente el vocabulario marxista en los medios masivos y en la conversación cotidiana, por qué ahora y no, digamos, el año pasado después del terremoto, o incluso antes, luego de la “crisis asiática”, o luego de la “revolución pingüina”, cuando era ya evidente que la estructura política estaba ya resquebrajada.
Es evidente que en tiempos de crisis el criticar las instituciones que han generado nuestro estado actual (universidad, constitución, Isapres, afp, grandes consorcios…) resulta un ejercicio tan rutinario como estéril, en tanto no pasa de una simple constatación de lo mal que estamos en relación a como estábamos hace un tiempo. Lo cual termina derivando en una interpelación a las “grandes autoridades”, culpables de nuestra situación por incapaces, cuando no por corruptas.
Y si bien todo ello puede ser perfectamente cierto, ello no explica por qué ahora resultan más evidentes las relaciones de producción implícitas en nuestro sistema educativo, o el papel que juega el Estado con respecto a la banca y las grandes corporaciones. Siempre estuvieron ahí… ¿qué es lo que ha cambiado entonces?
A pesar de lo caricaturesco que puede parecer el discurso de Fukuyama sobre “el fin de la historia”, lo cierto es que la posición del stablishment es por lo general la de considerar nuestra fase histórica actual (el modo de producción capitalista) como la “cumbre” de la historia, y toda fase histórica anterior no pasa de ser un preludio o incluso un molesto trámite para llegar a la actual. Es decir, es un método de análisis antihistórico, y por tanto antisocial.
De ahí que, por ejemplo, el economista Lionel Robbins, dé una definición ya clásica del sistema económico como “una serie de relaciones interdependientes aunque conceptualmente discretas entre hombres y bienes económicos”. Es decir, pasamos de analizar fenómenos sociales (hombre-hombre) a fenómenos naturales (hombre-cosa). De ahí a considerar esta fase histórica como un “estado natural del hombre”, hay un paso.
El cambio es, entonces, básicamente metodológico. No sólo se trata de una mera reacción a las consecuencias de los períodos de crisis, sino de que estos mismos períodos nos muestran algo que es evidente, pero que se nos suele olvidar: lo que estamos viviendo no son fenómenos naturales, sino sociales, es decir, correspondientes a una determinada fase histórica.
Y de eso se trata, al final, el marxismo. Cuando decimos que el principal aporte de Marx es el materialismo histórico y su aplicación al capitalismo, queremos decir que hace un estudio de la historia a partir de sus distintas relaciones de producción (esclavista, servil, capitalista…), que determinan sus correspondientes modos de producción, es decir, fases históricas.
Tal vez parezca modesto su aporte, y en verdad parece no explicarse en principio la persecución de la que han sido víctima tanto sus conceptos como sus seguidores. Al parecer, el no considerar el capitalismo como algo natural y eterno parece una idea demasiado peligrosa.
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